Abrió los ojos.
Observa como la secuencia incasable de imágenes provenientes de uno de nuestros órganos vitales genera un juego de luces en el techo, al cual él se atrevería a denominar mágico. La danza continúa toda la noche, los rojos, los verdes, los azules se funden en una orgía, en la cual los amantes se poseen frenéticamente deleitando sus ojos. Cada movimiento, suspiro, gemido es seguido meticulosamente por su mirada. Finalmente llega el agónico final.
La luz ciega sus ojos. La luz posee su cuerpo. Ya no hay juego, los amantes murieron cruelmente en mano de un simple as de luz.
Su mirada hipnotizada intenta encontrar algo en el blanco que sus ojos ven. Finalmente observa, como la gota que cae en el lago despedazando la luna, el suspiro que rompe la blanca calma en la cual se encuentra sumergido
Dylan apago la alarma, se pregunto si era posible despertar alguien despierto. El amanecer comienza a elevarse sobre la cuidad de Chernobil. El paisaje industrial recibe de mal agrado la calida luz del sol, prefiere vivir bajo el techo de estrellas invisibles y convivir con los miles de astros artificiales que tan poco tienen para dar, pero que aun así logran embellecer de forma tan esplendorosa este paisaje de metal.